La oferta tuvo que ser muy tentadora
para dejar ese ambiente de reconocida fama entre la
nobleza europea y aceptar el reto. Aquí llegó
en 1953, acompañado de su esposa, sus pequeños
hijos y la esperanza de una nueva vida.
Doña Savina nunca pensó en prolongar
su estadía más de lo necesario. Su llegada
a una Bogotá apenas en proceso de desarrollo
la impactó. El centro era el escenario principal
de la vida social, política y financiera y el
comedor del Continental, el lugar predilecto de sus
protagonistas, para un buen almuerzo.
El escenario cambiaba durante los fines de semana,
las mesas se alargaban para atender a familias prestigiosas,
de padres, abuelos e hijos, con las delicias de su cocina.
La sazón de Cesare y la atención de Doña
Savina fueron determinantes en el éxito del hotel
durante más de quince años. Hacia el final
de los años sesenta consideraron que había
llegado la hora de volver a casa. Con su equipaje repleto
de satisfacciones y del cariño de los colombianos
viajaron de nuevo a su patria, una Italia que les sorprendió,
ajena y extraña y no tardaron ni dieciocho meses
en darse cuenta de que Colombia con su gente amable
y su espíritu joven se había convertido
en su segundo hogar, al que decidieron regresar sin
perder tiempo.
El camino ya estaba claro, la especialidad
de su cocina había sido su pasaporte de entrada
y lo sería de nuevo. En 1975 les llegó
la oferta de administrar la cocina del apartahotel Las
Velas de Cartagena, allí se trasladaron durante
un par de años mientras maduraban la idea de
crear un sitio propio, donde pudieran desplegar todo
su ingenio. Para esa época, Luciano, uno de sus
hijos, ya había completado en Suiza sus estudios
de hotelería y turismo. La búsqueda de
un lugar para establecer un restaurante en Bogotá
cayó en manos de Doña Savina, quien encontró
un local perfecto en un tranquilo sector de la ciudad
de carácter residencial, como lo era la carrera
15 con la calle 97.
Fue allí donde nació en 1979 el Piccolo
Caffè, concebido como un restaurante informal,
enfatizado en los platos sencillos y los postres para
acompañar un buon caffé a la
italiana. Los Mossali no tardaron en ser descubiertos
por sus fieles seguidores de la época del Continental.
Muchos de aquellos niños, ya convertidos en adultos,
llegaban maravillados a pedir sus platos favoritos y
el menú se fue ampliando.
La pequeña maquinita de hacer pasta en casa
ya no era suficiente, pero gracias a la genialidad de
Maurizio, un sobrino que importaron de Italia como parte
del equipo, lograron adaptar un nuevo sistema para no
perderle ritmo al éxito. Don Cesare, desde la
cocina, se dedicaba a su especialidad, doña Savina
a las relaciones públicas y Luciano y Maurizio
a la administración del negocio. Sitio de carácter
residencial, como lo era la carrera 15 con la calle
97, fue allí donde nació Piccolo Caffé.
El Piccolo Caffé es una institución en
Bogotá, 25 años ininterrumpidos de deliciosa
trayectoria lo atestiguan. La quince ya no es tan residencial,
está más bien invadida por el comercio
y el tráfico, pero en medio del caos es maravilloso
ver sus puertas siempre abiertas y cruzar el pasillo
embriagado por el aroma del café o alguna exquisita
salsa, para encontrar un ambiente sobrio y familiar;
requisito esencial para sentirse, como siempre en casa.
Con su marcado acento italiano y su especial amabilidad,
Doña SAVINA nos contaba sobre su vida en Colombia,
su patria chica: “Cuando llegué, pensé
que iba a durar menos de dos semanas, ahora, después
de 40 años, no me quiero ir, esta es mi casa
y el 'Piccolo' mi vida. Mi mayor satisfacción
y pasatiempo es atender a mi gente, compartir buenos
momentos día a día y mantener nuestra
calidad". Siempre decía a sus hijos que
es mejor tener un excelente lugar que muchos mediocres
y el lema del Piccolo es mejorar cada día.
Luciano y Maurizio aprendieron muy bien esta lección
y trabajan para lograrlo. En vez de la máquina
casera, la pasta “SAVINA” se produce en
grande pero con la misma dedicación y calidad.
El Restaurante se ha remodelado, un nuevo bar y un comedor
reservado para almuerzos privados. En medio de la alegría
y la afabilidad de su carácter italiano este
par de ejecutivos asumieron el reto después de
la muerte de Don Cesare y Doña Savina y continúan
fieles a sus enseñanzas. Pero en el Piccolo no
sólo impacta el sabor y la calidad de sus pastas,
tiene un ambiente especial, amable y descomplicado.
Es un segundo hogar para descansar del acelerado ir
y venir de la ciudad y dejarse tentar por sus especialidades
de la bella Italia.
A pesar de que mantienen sus platos tradicionales,
en la carta aparecen siempre nuevas recetas para degustar,
pero lo que nunca cambiará es el sabor de la
tradición, el cariño y la sensación
de hogar, sentimientos que nacieron del alma de los
Mossali, eternos enamorados de Colombia, embajadores
del verdadero sabor de Italia y colombianos de corazón.
(Revista 'Buen Vivir', Julio de 1995) |